Caminamos por ahí sin llegar a conocernos, nos cruzamos y en realidad ni siquiera nos vemos. Las palabras salen de forma automática desde ese almacén que tenemos debajo de la lengua, sólo para salir del paso, sin tener que hablar de lo que de verdad importa.
Algo no funciona bien cuando lo adecuado y lo realmente necesario entran en conflicto, cuando sentimos la necesidad de agradecer aquello que debería ser un gesto natural. Tendrían que estar prohibidas las restricciones de abrazos, la dosificación del cariño, el disimulo de la tristeza y las corazas. Nos tragamos los deseos creyendo que así podremos amortiguarlos, sin pararnos a pensar qué carajo va mal cuando en esta guerra fría, que no tolera la debilidad, el dolor ni los errores, nos resulta más sencillo aparecer desnudos ante cualquier desconocido que abrazar a nuestra madre, cuando correr parece más eficaz que luchar y cuando la excusa para no intentar ayudar a otro es que uno no está seguro de poder lograrlo. Por lo visto, los sentimientos son material prescindible, restos de animalidad mal controlada que no ayudan a sobrevivir.
Cada vez más gélidos y alejados de todo, física y emocionalmente, desterramos las opciones primarias que impliquen dependencia, pasos al frente o gritos de socorro. Corremos a diario el peligro de hacernos un poco más mezquinos, de perdernos en la burocracia de lo políticamente correcto y de olvidar a las personas que siempre están ahí.
Me pregunto qué sucedería si derribásemos los muros de contención, qué ocurriría si fuéramos por la vida con el corazón en la mano, regalando latidos.
A saber...
Quizá nos pondrían a parir, seríamos el blanco de todas las miradas inquisitivas e inquisidoras, obtendríamos miradas de hielo y espinas, lenguas ponzoñosas, incomprensión...
ResponderEliminarPero en nuestro redil, seríamos angustiosamente felices.
Tú dirás, cuéntanos qué ocurre cuando se va por la vida regalando latidos. Porque lo sabes, yo sé que tú lo sabes...
ResponderEliminarUn beso con latido, amiga mía.
Aléxis.
Sería peligroso y arriesgado, pero también más auténtico, creo.
ResponderEliminarMe sumo a ese envío de latidos.
Maca.
Estoy totalmente de acuerdo. Enviemos latidos y eliminemos esas barreras.
ResponderEliminarMar
Pues mejor no saber...
ResponderEliminar¿quien sabe?
Abrazos, tus latidos se expanden desde tu blog al mundo.
Un beso.
Gran peligro ese de olvidar a las personas. Un beso.
ResponderEliminarRegalar latidos... Hay que mirar bien a quién.
ResponderEliminarSaludo.
Regalar latidos es más gratificante que no hacerlo por el temor a ser lastimados. Una sonrisa amable, una caricia, una mirada sincera, arrimar un hombro para que alguien pueda apoyar el peso de su vida sobre él, coger una mano... ¿Qué mejor regalo pueden hacernos y qué mejor regalo podemos hacer, que el de esos latidos que reconfortan?.
ResponderEliminarGracias por los vuestros, siempre.
Asi andan los niños y mira lo que les pasa cuando crecen. Muy bueno!! Un placer visitarte.
ResponderEliminarsaludos
http://cuentosdensueno.blogspot.com
Marilyn, gracias y bienvenida a esta casita virtual.
ResponderEliminarUn abrazo.