Existen determinados momentos en la vida en los que todo sigue un orden lógico, lineal; las conclusiones se suceden de unas premisas muy claras y no hay nada ambiguo que nuble tu juicio. Aparecen siempre distintas alternativas y eres consciente de que sólo una es verdadera y las demás son todas falsas. Esto funciona así durante un tiempo y ayuda a que no levantes demasiado la voz, a que te comas el pescado que aborreces, a que estudies o a que no te fíes de desconocidos.
Pero hay cosas más complejas, asuntos en los que no existe una opción correcta; se abren distintos caminos y, si ya te costaba elegir entre fresa o chocolate en la heladería del barrio, ahora esto supone un reto insalvable. Nadie te ha enseñado a tomar decisiones, ni te han contado que elegir conlleva a veces perder o equivocarse, y es por eso que a veces te resistes a aceptarlo. Deseas ganar, tenerlo todo, pero eso no es posible, y empieza a dolerte que el hecho de renunciar a cosas forme parte de la vida. Y te haces tus listas, con el debe y el haber, los pros y los contras. Podrás pedir consejos, emular a alguien que te parezca admirable, perder tu identidad. Es este un método de difusión de tu responsabilidad, algo fácil, sin mayor complicación. Harás entonces lo que los demás esperan de ti, como estudiar Derecho para agradar a tus padres o consumir lo que consumen tus amigos, qué sé yo.
Así que, sigues el plan que te han trazado desde que naciste, ese mapa ¿perfecto? sin carreteras secundarias que te llevará hasta la zona de confort que alguien decidió que era la tuya. Y te dejas llevar con los ojos vendados, seguirás esa inercia ajena pero cómoda y de esta forma no tendrás que decidir, ni hacer ninguna lista, ni cuestionarte qué es lo que deseas, ni elegir entre todas las opciones.
Y si todo sale mal, no será culpa tuya, eso lo sabes, pues no son tus elecciones. Habrán sido las mías, las de tu familia, las que te habían marcado el azar o las estrellas. Y sabes bien que contra eso, tú no puedes hacer nada, pues llevas grabado a fuego que el destino es algo que está escrito. O al menos, eso te gustará decir.
¿De verdad hay alguna verdadera? Yo por más que escudriño solo atopo puertas ciegas, ojos de cerradura que niegan lo que esconden, ventanas tapiadas.
ResponderEliminarA ciertas edades, Alvarete, existe -o debería existir, pues forma parte de nuestras fases de crecimiento-una única verdad, subjetiva. A la nuestra, todo o casi todo pasa por un tamiz más realista y las verdades, aparte de no estar ya sobrevaloradas, en ocasiones sufren cambios. La vida nos lo va contando, si la escuchamos, claro está. Yo procuro que mis hijos sean autónomos, llevo haciéndolo desde que nacieron, y espero que no vivan condicionados por 'mis verdades', sino que elijan las suyas, se caigan, se levanten, y se responsabilicen de sus decisiones.
ResponderEliminarBesos.
¿una única verdad?
ResponderEliminarque mal se me dan las pautas regladas desde que me alcanza la memoria.
Cierto que hay momentos que intentas vivir sobre unas reglas por comodidad e intentar no pensar, pero que difícil mantenerse sobre esas reglas marcadas, son cuerdas de un funambulista y me entra como un escalofrio y salgo rebotada.
¿por qué andar hacia donde los demás si mi realidad es otra??? e igual de válida pero mi meta es diferente a la tuya ¿equivocada? quizá ¿por qué?
Estoy contigo Cris, yo también les hago tomar decisiones con sus consecuencias a mis hijos desde que nacieron y que piensen por si mismos, si se caen ya alzarán y si no pueden ya me acercaré y les cederé durante unos minutos mi cuerda de funambulista
¿orden lógico? cada orden tiene su lógica, mi orden no tiene porque coincidir con el de nadie ¿cual es el lógico???
Un fuerte abrazo
¡Juer! no sé a quién irá dirigido este rapapolvo, pero no me gustaría estar en su pellejo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Elena.
Si todos habláramos y actuásemos así el mundo tendría muchos menos problemas, Cristina.
ResponderEliminarGracias por este Blog que a mí me ayuda tanto, más de lo que te imaginas.
Un beso, amiga mía.
Azucena.
A lo mejor va contra todos este rapapolvo del que habla Elena, que nos lo merecemos... por no hablar claro. Buscar caminos alternativos a ver si nos perdemos y con suerte evitamos ser felices... no vaya a ser que sea diferente a lo que nos han enseñado y por eso pensemos que es peor
ResponderEliminarUn saludo, maja.
Esther Paz.
Todos hemos perdido el sentido de la responsabilidad en algún momento, es algo que dije no hace mucho no sé por qué. Entonces me refería a la responsabilidad para con los otros. Pero también hemos perdido el sentido de la responsabilidad respecto a nuestras vidas; a veces es más fácil creer en el destino, en dios o pedir un consejo.
ResponderEliminarReconozco que yo a veces, también me tapo los ojos, y señalo al azar el camino.
Después me arrepiento, yo siempre me arrepiento.En fin
Un abrazo y no nos regañes, que somos aprendices, je je je.
G. de Nieto
Lawrence, en pleno desierto de Arabia, dijo que "nada está escrito". Y yo me lo creo, porque me gusta más esa idea que el hecho de pensar que todo está planificado.
ResponderEliminarBicos.
Toño.
Queridos míos, que nadie se dé por aludido. Es probable que hubiera alguien en esta cabeza mía con nombre y apellidos cuando escribí este post, pero también es probable que no. Yo qué carajo sé, no sé cuál es la verdad, tan relativa, la pobre...
ResponderEliminarPero de rapapolvos nada, que no soy yo nadie para ponerle las peras al cuarto a quienes me visitan (y a quienes no lo hacen, tampoco, aunque se las ponga a veces; así de imperfecta es una). ;)
Gracias por este ratín de charleta bloguera.
Para lo bueno y para lo malo he hecho casi siempre mi propia ruta.
ResponderEliminarUnas veces la he disfrutado y otras me he estrellado.
Pero aún sigo vivo.
Y sin cadenas.
Besos.
Eso mismo he hecho siempre yo, Toro, y como tú, a veces disfruté, otras sufrí, y unas cuantas ni fu ni fa, hacer por hacer según mi capricho. Hoy sigo mi propia ruta, pero a mi lado tengo a mucha gente que la comparte y caminamos juntos. Los desiertos, dicen, hay que atravesarlos solos, pero yo siempre tengo una mano a mi lado que acaricia mi mejilla o enjuga alguna lágrima furtiva.
ResponderEliminarBesos.