Según Adler, anhelamos equivocadamente los objetos por los que luchamos, todo lo que nos ponemos como meta. Nos atrae ese deseo y la fantasía del triunfo, pero una vez conseguido, vemos que es más insípido de lo que esperábamos. Y es que nada, o casi nada, es como imaginábamos que iba a ser. No lo fue siquiera el primer beso, ni tampoco la emoción de nuestra independencia. Luchamos por ser como desearíamos ser, y cuando lo conseguimos, nos miramos decepcionados y perplejos.
Pasaste por el marxismo, por un leve coqueteo con la filosofía kantiana, por el budismo zen, y hasta jugaste un tiempo a ser vegetariana y entregada ecologista. Espejismos; al final, nada se parece a la imagen que guardas en tu mente, a ese ideal que esperabas encontrar. Las cuentas no cuadran en tu cabeza y parece que no logras comprender nada de lo que sucede. Lo que la realidad te muestra no se corresponde con tus principios. En teoría, todo es perfecto, sí, pero en la realidad, el castillo de arena se desmorona y te quedas sintiendo un vacío en tu interior. Adler te cuenta que eso es el complejo de inferioridad tratando de ser compensado como sea; tú niegas con la cabeza, miras hacia otro lado y continúas con tu interminable búsqueda.
A tu lado, el bueno de Alfred te observa; dice que tu plan de vida está totalmente equivocado, pero deja que sigas con él. Está tranquilo, él ya te advirtió de las opciones, que son dos: cambiar de rumbo o de ideales.
Ahora, tan sólo tienes que elegir.
Los que no anhelamos nada, estamos muertos?
ResponderEliminarBesos.
A menudo ocurre así, Cristina, que nada es como imaginábamos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Esther.
¿Nada de nada, Toro? ¿Ni el primer café de la mañana o el día que coges vacaciones? Piénsalo bien, que seguro que aparece algún deseo, anda ;)
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