Atesoras a los pies de la cama una caja llena de corazas, de escudos y mentiras protectoras que te vinieron bien en otro tiempo; ahora te das cuenta de que no sirven para nada, de que los peores ataques se llevan a cabo desde dentro. Agresiones que salen de tu inseguridad, de los millones de excusas para no intentarlo, de esos autoengaños que te nublan la vista y de esa vocecilla que te susurra que no sirves para nada largo o duradero, tan sólo para aplazar aquello que pide a gritos que pongas en orden.
Te haces la fuerte, la lista, incluso la insolente; todo lo que no eres pero que desearías llegar a ser. Son papeles que no llegas a creerte por más que los interiorices mediante hipnosis regresivas o por método Stanislavski. Interpretaciones magistrales, mentiras, charadas, cuentos. Sólo eso.
Si cierras los ojos todavía tienes siete años, figuras como la lista y la guapa de la clase, la niña rodeada de amigos que la admiran, la líder que despierta envidia y atracción; la muñeca que se fue rompiendo a sí misma con el paso de los años, aplastada por el peso de miradas asombradas. Una cría con ganas de agradar aún a costa de perder su identidad. Odiosa, abnegada, inconformista, niña que hoy ves en viejas fotografías y a la que te entran ganas de zarandear para que espabile de una puta vez; ganas de decirle que la vida está pasando por su lado mientras ella no hace más que desaprovecharla, preocupada sólo por lo que los demás estén pensando.
Te condenas al fracaso porque es allí donde te sientes segura, en ese mar en calma que no lleva a ningún lado. Apuestas por los perdedores, por seres incompletos, dañados e inmaduros; personas que te hagan sentir como una Teresa de Calcuta capaz de curar sus llagas. Deseas ayudar para no tener que ocuparte de ti misma, inviertes tu tiempo en cuidados paliativos para almas ajenas, en rehabilitaciones emocionales de casi desconocidos y en relaciones de paso que no dejen margen para la construcción de algo en lo que verte involucrada o enjaulada de por vida.
El pánico te aguarda en el triunfo, en los semáforos en verde que te obligan a avanzar por calles inseguras y a pasearte por terrenos de arenas movedizas. Te paraliza el miedo a que te den un 'sí', a ser aceptada, seleccionada y amada por tiempo indefinido. Te invade la ansiedad ante una escena de salón con película de vídeo en que la cercanía sea usada como una manta compartida en el sofá, y te asusta el hecho de pensar en cualquier cosa que suponga la pérdida de tu control y te haga desnudarte en cuerpo y mente.
Por eso te haces abogada de causas pobres y dibujas en las paredes amores improbables con hombres que nunca se comprometerán por más que lo deseen. Con ellos apuestas sobre seguro al caballo perdedor, sin correr el riesgo de encontrarte aterrada y vulnerable ante una verdadera relación.
Joderrrrrrrrrrrrr.....
ResponderEliminarPues mira... en algunas cosas la entiendo.
Vivir no es fácil, y más cuando te has de mover en un mundo de gente hipócrita, falsa y egoísta.
Claro que eso te das cuenta con el paso del tiempo.
Cuando uno es joven cree que las personas son buenas y están llenas de virtudes y buenas intenciones.
Me ha enternecido ella.
Y la comprendo.
A veces los miedos nos pueden, y cuando los vencemos comprobamos aterrados que tienen su razón de ser.
Besos.
Me parece muy interesante cómo tratas el tema de los miedos y de la evolución e involución de la mente humana. ¿Crecemos realmente o nos quedamos en aquellos 7 años?
ResponderEliminarBuen texto, Cristina, como siempre invitando a la reflexión.
Felices vacaciones.
Maca.
Qué buena entrada, Cris, me enternece ella, igual que a Toro Salvaje.
ResponderEliminarBesos, guapa.
Xulia.
Me siento tan identificada con ella que pienso que estás hablando de mí. Excelente post, Cristina.
ResponderEliminarBrillante y evocadora, tus textos siempre son susceptibles de hacerlos propios y eso... eso es maravilloso Cris...
ResponderEliminarUn abrazo!