domingo, 16 de mayo de 2010

Pólvora de la mañana


Nunca me gustó aquella casa. Llegamos arrastrados por el hambre; sería temporal.
En uno de mis primeros recuerdos veo llegar al General; traía una jaula enorme. Dentro un ruiseñor. El pequeño se levantó y bajó corriendo, se abalanzó sobre él y se puso a dar vueltas alrededor de su regalo; el viejo sonrió satisfecho y señaló la puerta: "Siempre cerrada; estos animales tienden a escaparse"
Mamá me llamó, nerviosa. Al Señor le molestaba que el servicio anduviera por allí; suerte que no se enteró. Después, nos acostamos. Al alba volvieron los ruidos; el miedo se metía entre las sábanas y ella me abrazó. Pasaría pronto. Después cantó el pájaro, su trino cada vez más apagado, hasta que dejó de oirse. Murió el mismo día que papá; fueron los ruídos, de eso estoy seguro, y el miedo a la madrugada. El niño murió después, fue trágico. Nada se supo.
Años más tarde, frente a la tumba de papá, intenté recordar los hechos como fueron. Un niño limpio y rollizo contempla un ruiseñor, mientras su abuelo, de verde y con medallitas, ordena un fusilamiento. No muy lejos, un hombre, en un cuarto húmedo, cuenta sus días y escribe cartas, frases sueltas, hasta una nana. No deja de toser. Y en la cocina, una mujer morena pela cebollas y despluma a un pajarito. Luego veo a un niño escondido entre las sábanas; se tapa los oídos. Después, empuña un arma.

1 comentario:

  1. ...sólo decir que me he quedado impactado... parece que fue ayer y ese pasado sigue apestado a muertos... después de tanto tiempo...

    gracias por este relato, Cris.

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