lunes, 8 de noviembre de 2010

Mimo


Cansado de que nadie le haga caso, decide recoger todos sus bártulos y cambiar de sitio.

Antes de quitarse el maquillaje abre su vieja maleta y mete dentro la bufanda que le da tanto calor, el sombrero y los zapatos de esparto.

Sin darse cuenta mete también la sonrisa de un viejo, un par de muletas que quizá alguien necesite, la mirada perdida de un adolescente y un vagón de metro que llega con retraso.

La mujer que se acercaba desde el otro lado del andén, supo que era demasiado tarde cuando, dispuesta a sacar una moneda del bolsillo, empezó a verse rodeada de una espesa niebla con olor a cuero putrefacto.

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