jueves, 2 de diciembre de 2010

Funambulismo



No piensa detenerse. A pesar de las señales de peligro que le advierten del fracaso, esta vez tiene los ojos cerrados y los brazos rendidos a lo largo de su cuerpo. No hay referencias, sólo vacío, y vértigo, esa necesidad de caer que surge a veces.
El señor que atiende en la taquilla advierte de la dureza de las imágenes a los espectadores, pero ellos no hacen caso, se rìen, ignoran. Quieren que se salve, claro, pero desean que la caída sea sin red.
Antes de que la funambulista caiga hacia la nada, un hombre grita y la gente se lamenta de aquella decisión, como si alguno lo intuyera.
Ella, con el cuerpo magullado en las baldosas, no se atreve ni a gemir, pero un escalofrío la arrastra hasta otro tiempo, y entonces, se arrepiente de haber vivido por y para ellos, mientras la cuerda sobre la que deambulaba, tirita por su ausencia.

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