miércoles, 2 de junio de 2010

Soltando lastres








Hoy me he levantado decidida a seguir uno de los principios de la filosofía zen: deshacerme de todo aquello que no sea esencial en mi vida. Así, empecé a revisar lo accesorio y a meter en un contenedor todo aquello que me estorba o sencillamente no necesito. La cantidad de botones sueltos me daba, si me descuído, para montar una mercería. Papeles por aquí y por allá, ¡fuera! Camisetas nuevas compradas impulsivamente, algunas con etiqueta todavía, esperando este momento de adios. Zapatos adquiridos en un día de hostiazo, algún cosmético absurdo que compré a lo tonto... fotografías que ya no significan nada y también teléfonos que nunca he marcado y que ni recuerdo cómo he llegado a tener. Nombres que ya no pronuncio, canciones gastadas que ya no me pertenecen, sentimientos de culpa, culpables, víctimas, verdugos, ¡al carajo! Conforme me iba deshaciendo de cosas mi cuerpo parecía levitar...¿tanto pesa el pasado?
En realidad, como nunca he tenido arraigo a nada material (y esto es una verdad que a veces, en mi entorno levanta ampollas, porque no hay ni un sólo amuleto en mi vida, ni un solo lugar, ni nada de nada que me ate o me subyugue, y parece que no habiendo ataduras una es una desarraigada) y siempre he sido de dar o tirar, el hecho de sentirme más leve me hizo pensar en el lastre que supone el engorroso equipaje de la memoria que afortunadamente he ido perdiendo, así como las malas caras, los celos, las dudas que te deshacen, los amores tóxicos, las relaciones destructivas. Eché un vistazo atrás y ni siquiera pude ver los escombros donde fui dejando todo aquello; me sentí feliz. Supuse que de esos escombros tal vez nazca la felicidad. También supuse que volvería cada poco tiempo al vertedero, porque nos guste o no, siempre aparecerán cosas que nos acaben estorbando, sentimientos que envejezcan hasta convertirse en desconocidos, botones escapistas y más zapatos de días de hostiazo.

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