lunes, 12 de julio de 2010

De compras



El último me había gustado mucho, pero ya tenía un aspecto deplorable, lleno de rotos imposibles de zurcir; lo tiré al contenedor y salí a por otro. El primero que me enseñaron no me parecía mal, era guapo y lo suficientemente alto para cambiar sin escalera las bombillas del salón, pero no sabía sonreir y eso en una fiesta es intolerable. Casi me encandila el que era experto en hacer cócteles, pero supuse que estar bebiendo todo el día me acabaría matando. El dependiente, cansado de sacar modelos que yo iba descartando y acumulando encima del mostrador, intentó colarme uno que hacía malabares y lanzaba confetti, pero no sabía barrer. Llamó mucho mi atención uno que tocaba la guitarra y que tenía tatuada la inicial de mi nombre en el tobillo, pero ese salía caro.
Al final, cuando ya me había hecho a la idea de que me iría sin ninguno, vi este en el escaparate; es un poco frío, pero venía con un gato y sabe cocinar.

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