jueves, 13 de enero de 2011

Desintegración



Cada mañana, al levantarse, procedía meticulosamente; primero abría el armario y descolgaba su esqueleto. Era una tarea laboriosa, pues tendía a encorbarse. Una vez estirado y comprobadas las articulaciones, iba colocando cada órgano. A veces olvidaba dónde había dejado el hígado y demoraba la tarea; otras, tenía que entretenerse en secar los pulmones, siempre colgados en la terraza para que cogieran aire.
Se había acostumbrado a realizar aquella reconstrucción diaria, incluso disfrutaba haciéndolo, hasta que ella lo abandonó.
Desde entonces, cada noche, su corazón empezó a reclamar una serie de caricias que no fueron suficientes para impedir que se desintegrara, pues las manos, cansadas, tenían prisa por meterse en el cajón.

Así lo encontraron aquel día, sin restos de latido, perdido entre las sábanas.

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