Deseos, apetitos, impulsos, necesidades... creemos que todo lo hemos podido solventar con nuestra mente, que el ser humano tiene ese poder, habiendo triunfado por encima de sus instintos primarios, los más bestias. Es una pena que ese mismo ser haya sustituido esos objetos por otros más elaborados y artificiales. Y es que tras la satisfacción de los primitivos instintos, llegan otros, accesorios, menos inmediatos y de una naturaleza más racional. Nacen así las exigencias superiores, propiamente humanas.
Alguien debió creer en algún momento que la pirámide de necesidades debería de seguir aumentando para que nuestro anhelo e insatisfacción no terminasen nunca. Tal vez así nació el consumismo, dibujando nuevos objetos de deseo que una vez diseñados y bien empaquetados se nos presentan como imprescindibles, haciéndonos esclavos de nuestros propios deseos, de nuestras posesiones. Hemos creado nuevas dependencias.
Y no, no estoy hablando de drogas (que también); hablo de relaciones interpersonales, del teléfono, de la dificultad de aguantar sin un café por las mañanas, de las pastillas para dormir, y también de por qué es tan imprescindible la cámara digital, del ¿cómo no conoces aún ese restaurante palestino? o el ¿cómo que no vas a asistir a esta fiesta? ¿Y el último juego de la Play Station?.
Difícil escapar de esta vorágine, cada cual se esclaviza de lo que mejor le parece, sea algo material como una moto o tan intangible como una emoción.
Hacemos lo que se nos permite con aquello que nos encontramos, con lo que nos venden y hasta con lo que nos arrebatan.
Y en parte pienso que somos lo que consumimos, ya sean libros, música, relaciones, helado, cursos de japonés, caricias, colecciones de besos, películas en VO, decepciones o litros de ginebra.
Visto así, el consumismo quizá sea una nueva manera de reformular nuestro autoconcepto. Vale, lo admito, soy lo que consumo, aunque tal vez no sólo eso, ¿o sí?.
No es tan fácil, vivir en un mundo consumista no es fácil, parece que si no tienes nada que consumir no existes, y no estoy de acuerdo.
ResponderEliminarbesos.
Interesante reflexión.
La cuestión es la dependencia. Yo me considero consumista, pero puedo prescindir de todo lo que consumo si tuviera que hacerlo, como he hecho cuando no me ha quedado más remedio.
ResponderEliminarSentir que no dependo de nada me da libertad. Bueno, soy fumador, así que no tengo toda la libertad que desearía, tampoco te voy a engañar.
Como siempre, acertada, Cristina.
Aléxis.
Me autoexamino, y si, tengo varias dependencias, aunque creo que ninguna preocupante.
ResponderEliminarTambién es cierto que mis dependencias no son las más comunes, parece que siempre voy a contracorriente.
Claro, mi mayor dependencia es estar loco.
Besos.
Ahí me has dado, en toda mi dependencia, Cristina. Sin ir más lejos estuve hace dos semanas sin internet durante un par de días y casi enloquezco buscando un ciber en el pueblo en el que estaba. Esa soy yo, tal y como me has reflejado.
ResponderEliminarInteresante reflexión.
Besos
Maca.
Algún pecadillo tenemos que tener, este mundo es bastante difícil de sobrellevar.
ResponderEliminarSupongo que todos dependemos de algo, somos así, nos guste o no, y no creo que sea malo siempre y cuando sepamos convivir con esa falta de libertad que nos crean.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, amigos.