martes, 4 de junio de 2013

Personas normales

Hablo con mi amiga C acerca de las personas con las que nos encontramos a diario, personas normales que van portándose por ahí como se espera. Personas que trabajan de ocho a cinco, que se queman con los primeros rayos de sol, se muerden las uñas y beben a morro de la botella. Eficientes en sus trabajos y dentro de sus propias familias, son piezas de un engranaje social mayor. En ellas todo es convencionalmente anodino. Sin embargo, todas esas personas esconden en su interior un volcán dormido. Sepultadas por las nieves perpetuas del Kilimanjaro, los ríos de lava discurren bajo la superficie sin que ningún gesto haga presagiar lo que se oculta tras los kilómetros de hielo centenario. Sus impulsos primarios se esconden bajo gruesas capas de nieve compactada, de años de buenos modales en la mesa y lejos de ella. 
Tal vez, como válvula de escape, a modo de fumarola con la que amortiguar la presión y las altas temperaturas de la roca líquida, las personas normales buscan alivio. A veces por vergüenza, otras, por el morbo que existe en lo que se mantiene oculto, se hace a escondidas o a altas horas. 
Los humanos se vuelven únicos y chispeantes cuando el anonimato los arropa. Pierden sus nombres, sus lastres y sus circunstancias personales y se transforman por completo. Olvidan las deudas, los tratados de buenas maneras y las camisas de fuerza con las que se ciñen a diario; se vuelven imparables, mordisquean el mundo y poco a poco van derritiendo el manto polar que cubre sus deseos en ebullición.
Es el hombre de la calle un ser grisáceo que adquiere color en las mejillas y sangre en sus venas cuando deja de ser él mismo y se cuelga un nombre distinto. Existen momentos, en ciertos lugares comunes, en que parecen ser más ellos al abandonar su identidad, al dejarla olvidada en algún rincón de sus confortables guaridas mientras juegan a ser libres, a ser lo que siempre han soñado.
En determinadas circunstancias esta dualidad se hace insoportable y estalla la superficie helada, abriéndose cráteres inmensos. Y las personas convencionales se fugan a Brasil, cubren sus cuerpos de tatuajes imposibles, se convierten al hinduismo, abandonan a sus familias o renuncian e ese trabajo por el que muchos matarían. Los que los conocen, hablan entonces de locura, crisis nerviosa o falta de madurez, cuando lo que en realidad ha sucedido es que ha despertado un volcán.

7 comentarios:

  1. ¿Quieres decir que estamos rodeados de tarados y ni siquiera lo notamos?
    Me gusta.
    Maca.

    ResponderEliminar
  2. ¿O que estamos simple y llanamente todos tarados?

    ResponderEliminar
  3. La encuentro a usted muy volcánica y muy acertada, como de costumbre.
    Un abrazo.
    Aléxis.

    ResponderEliminar
  4. Ha sido un placer encontrarte. También una sorpresa comprobar lo bien que escribes.
    Un fortísimo abrazo.
    M. G.

    ResponderEliminar
  5. En el anonimato nos dejamos ir.
    Para muestra un toro.

    :P

    Besos.

    ResponderEliminar
  6. Tomando fuerzas y retratándonos a todos de una forma tan sutil y elegante.
    El anonimato permite volar.
    Espero que siga así también nuestro torito.

    Como siempre me encanta.
    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  7. ¿Hacéis cosas a escondidas y a altas horas...? Estáis fatal;)
    M.G., bienvenid@, has encontrado al Vesubio ;)
    Gracias, chicos, seguid así.

    ResponderEliminar